lunes, 26 de julio de 2010

Pasear la soledad por el medio de la calle




...La bicicleta está a medio camino entre el automóvil y el zapato; su ligereza permite a quien va en ella rebasar las miradas peatonales y ser rebasado por las miradas a motor. Así, el ciclista es dueño de una libertad extraordinaria: la invisibilidad. La naturaleza híbrida de su vehículo lo coloca al margen de toda vigilancia… el ciclista es suficientemente invisible como para lograr lo que el peatón no puede: pasear su soledad y abandonarse al curso de sus meditaciones… las bicicletas se asemejan a su ciclista. En ellas, el hombre se siente realizado, representado, resuelto… el que ha encontrado en el ciclismo una ocupación desinteresada de resultados últimos, sabe que es dueño de una rara libertad, sólo equiparable con la de la imaginación… el que va suspendido a medio metro del piso puede ver las cosas como a través de la cámara cinematográfica: tiene la posibilidad de demorarse en los detalles y la libertad de pasar por alto lo innecesario.

Lo anterior según Valeria Luiselli en su libro Papeles Falsos

viernes, 9 de julio de 2010

Entrevista en Vimeo al Director

Entrevista hecha por Martin Turnes para Cinevivo.org.
Desde Argentina, Alberto entrega su visión de cómo hacer cine hoy en día y su experiencia en la filmación de Velódromo.

jueves, 8 de julio de 2010

cinefilia ciclística


Del artículo de Christián Ramírez aparecido en Capital



Alguna vez, en un antiguo capítulo de El show de los libros, Alberto Fuguet participó como actor en un cortometraje que adaptaba el cuento de Antonio Skármeta, El ciclista del San Cristóbal. Fuguet, obviamente, era el ciclista. Las dos ruedas también son el tema principal de una película que el autor ha mencionado más de alguna vez en sus crónicas: la olvidada American Flyers (1985) de John Badham, con un joven Kevin Costner entre los estelares. Sin embargo, las referencias cinéfilas de Velódromo son otras: Pablo Cerda circula al ritmo de una acústica y achilenada versión de Raindrops keep fallin’ on my head, la canción con la que Paul Newman andaba en bici en Butch Cassidy y Sundance Kid (1969); la interminable serie de películas y clásicos que el protagonista va viendo en su laptop (de muchos títulos sólo se escucha la pista de audio, aunque The Karate Kid hace una divertida y breve aparición); y un tributo a una de las citas más queridas para el autor: la secuencia de golf nocturno con Cerda y Andrés Velasco, que homenajea a una similar de El informante (1999), de Michael Mann.

martes, 6 de julio de 2010

PEDALEAR = FILMAR


Filmar=Pedalear



Algunos dicen que filmar es como escribir. Nunca mejor dicho al hablar de Velódromo, el segundo largometraje de Alberto Fuguet. La película se estrena en agosto próximo, pero su director la ha mostrado en universidades del mismo modo en que la hizo: con total libertad.

Por Christian Ramírez

"Piensen que es una historia donde el tipo no gana. A lo mejor sale segundo, pero sí que disfruta el viaje”. Alberto Fuguet está en el escenario de la sala Finis Terrae, hablando de Velódromo, su segundo largometraje, que acaba de ser proyectado a sala llena, semanas antes de su aparición oficial en el Festival Sanfic (en agosto) y un par de meses antes de su llegada a cine (en septiembre).

No es una función de avant premiére; tampoco, un pase privado. En su mayoría se trata de universitarios. “El público ideal”, comenta a la pasada el director, quien no exhibe señal alguna de nervios previos a un estreno, porque en rigor no es tal. Es como si la película ya hubiera cumplido su misión con el hecho de haber sido rodada, montada y post producida.

Velódromo existe en un lugar en el que hace un par de años no había nada. Nació a toda velocidad, rodada en 15 días discontinuos, usualmente en fines de semana, con mínimo equipo y en propias casas y lugares favoritos de los involucrados, con una libertad, soltura y sentido de la alegría que ya se hubiera querido el propio cineasta en los días en que trataba de rodar la abortada Perdido, una película que al final no fue y que no proyecta ningún fantasma sobre el nuevo producto. De hecho, si este se parece a algo, es a un cuento, a una novela corta puesta en imágenes. Como si hacer películas de pronto se acercase cada vez más al proceso de escribir.

“Imagina que hace sólo cinco años figuraba filmando a Luciano –el ministro– Cruz Coke en 35 milímetros y con casi cuarenta personas mirando detrás de la cámara. Aquí seguimos a los actores apenas con una cámara digital. La nueva tecnología audiovisual te permite tener a un equipo muy chico, a no depender de dinero y a sentir que el set es un lugar donde se va a crear y no a cumplir o a ejecutar. Desde que dirigí hace un par de años el corto 2 horas siento que no hay gran diferencia entre escribir y filmar. En ambos medios uno puede llevar al extremo la primera persona”, explica Fuguet.

De hecho, es en primera persona que Ariel Roth (el actor Pablo Cerda) va narrando la historia de su crisis, de su caída. Un trayecto que a sus 35 años lo ha mantenido en una suerte de adolescencia en suspensión, de existencia automática en la que va perdiendo novia y amigos (pero también los gana), en la que debe negociar con distintos niveles de soledad y hastío, por no hablar del paso del tiempo y el temor a que todo en su vida se estanque. A que siga exactamente igual.

Roth –cinéfilo casi por intoxicación, ciclista por pasión– va sorteando los obstáculos con sorprendente energía y sentido del humor, transformando a Velódromo en una de las escasas comedias chilenas que sí funcionan y consiguen transmitir a la audiencia la vitalidad de un protagonista que, aunque parece vivir aprietos similares a los que Cruz Coke tenía en Se arrienda, no exhibe rastro alguno de esa tensión, claustrofobia y frustración.

En realidad, una comparación más exacta podría hacerse con Missing, el último libro de Fuguet. ¿Se puede concebir un programa doble de película y libro? En alguna forma, uno siente que las dos obras encajan: en ambas, el protagonista se lanza a un proceso de radical revisión. En ambas, ese trayecto comenzó mucho antes del comienzo de la narración (y con seguridad seguirá después de su final). En ambas, lo que se libera abre, antes que cierra caminos. ¿Y qué piensa el autor?

“No sé. No tengo tanta distancia para ver dónde todo encaja. Supongo que sí, pero la verdad es que las veo como energías opuestas. Quería hacer un film que me sacara del estado que necesité para escribir Missing. Si tándem significa incluir a tu opuesto, entonces sí. No las veo como un combo, no. Velódromo es una comedia, quizás existencial, quizás una comedia melancólica, pero se hizo desde la república de la energía, de la alegría y de la fisicalidad. Missing creo que viene de otras partes y ocupa otras energías. Creo que si mi tío Carlos hubiera tenido una bicicleta todo hubiera sido distinto. Perdido, la cinta que nunca se filmó, sí era un tándem con Missing, iba a ser algo así como el hermano gemelo de ese libro. Este es su opuesto. Creo”.

Aparte de vivir pegado a la pantalla de su notebook, Ariel está encadenado a su bici. Velódromo está cruzada de punta a cabo por pedaleo. Idas. Vueltas. Paseos. Llegadas. Partidas. A ratos pareciera que la verdadera relación afectiva del filme no fuera la de Ariel con sus amigos o con sus parejas, sino la que mantiene con las dos ruedas. Curiosa manera de dar cuenta de la intimidad, pero entendible dentro de un cine chileno que cada vez más está apelando a narrar desde el yo (en un amplio arco que va desde Huacho hasta La vida de los peces) y dentro del cual la obra anterior de Fuguet, la audiovisual y la escrita, no se siente fuera de lugar. Al revés, da la impresión de que las hubieran anticipado.

“Yo no sólo hice Se arrienda para iniciar o terminar una tendencia, o para dialogar con otras películas, sino para dialogar con un posible público. La verdad es que uno no tiene mucha idea de lo que hace, pero sí sé lo que no me gusta y lo que no quiero hacer. Como director o creador no me importa mucho hacia dónde vire el cine local, porque yo espero seguir mi camino, no puedo andar doblando a cada rato para todos los lados. Ahora, como espectador, claramente me interesa más el cine íntimo. Ahí lo paso mejor. Siento que ahora hay muchas más películas locales con las que lo puedo pasar bien e identificarme”, comenta el director.

A su manera, Ariel se hace a sí mismo. Después que se deshace del lastre, del personaje no quedan más que su bicicleta, su pantalla y la velocidad a la que se mueve. A ratos da la impresión de que el espectador ha recorrido un camino similar. Si él es un self made man, ¿Fuguet se sentirá a estas alturas un director hecho a sí mismo, autodidacta?

“Supongo. Por cierto no estudié cine… aunque tampoco estudié literatura. Pero supongo y espero que haber visto tantas películas –y hasta haber sido crítico– ha sido lo que me ha hecho. A la hora de filmar, soy antes que nada un cinéfilo. Luego viene todo el resto de lo que uno es o ha sido. Con práctica se va aprendiendo más y más. Filmar tu segunda película es más fácil que la uno y ya al filmar la tres te sientes totalmente en casa”.

Fuguet no está hablando de más. Ya tiene listo el primer corte de su tercera película, Música campesina; un proyecto armado en Nashville que –originalmente– era un corto y que gracias a la buena voluntad y energía del equipo, acabó en un largo de tomo y lomo. El director no adelanta el argumento, pero sí que gran parte del filme está hablado en inglés.

“Espero que a pesar de casi ser toda en inglés y ser filmada 100% en Nashville sea una cinta que tenga que ver con las otras que he filmado, y también con mis libros. Es una cinta en tono menor, pausada, donde quise mezclar las influencias de cierto cine asiático contemplativo con el cine que más quiero y amo: el cine americano de los 70. Claramente, si estás en esa ciudad es imposible no pensar en Nashville, la película de Robert Altman; pero creo que una referencia clave fue Espantapájaros de Jerry Schatzberg; aunque con mi directora de foto también vimos antes del rodaje Fat City, de John Huston y una cinta filmada en el Los Angeles urbano de fines de los 50, The Exiles. Pero nada: filmar en EEUU fue una bendición. Uno siente que cada sitio es una escenografía, que todo ha sido filmado, que cada plano, por menor que sea, tiene el espesor de todo el imaginario pop americano”.

¿Fecha de estreno para este proyecto? No es algo que a Fuguet le preocupe demasiado; de hecho, el autor tampoco se complica demasiado por el paso de Velódromo por salas. “La película ya existe, la hemos exhibido al público, la gente la disfruta”. Y se guarda una frase para definir su meta: “eventualmente la película va a llegar a la red. Donde tiene que estar”.