jueves, 20 de mayo de 2010

Gran Sorpresa! Velódromo en El Amante... Y 2 veces. Aquí la 1


Ariel Roth está solo y a punto de cumplir 35 años. Su mejor amigo y su novia lo han dejado. Lo acusan de inmaduro, poco ambicioso y conformista, de vivir un tanto aislado del mundo y de no tener proyectos. Es que a Ariel poco le importa triunfar en su trabajo como diseñador gráfico, formar una familia o recorrer el mundo. Sólo tiene dos grandes preocupaciones/ ocupaciones/ pasiones: bajar centenares de películas por Internet y mirarlas en su computadora, y pasear por Santiago en su bicicleta. Pero como el muchacho no es ningún necio, da acuse de recibo del planteamiento que le hicieran novia y amigo, y comienza una suerte de introspección, aguijoneado por la cercanía cada vez mayor de los cuarenta, sopesando cada uno de sus deseos y necesidades. En muchos directores contemporáneos e independientes, este camino de autodescubrimiento sería retorcido, metafísico y doloroso. Para Alberto Fuguet, conocerse a sí mismo no puede más que traer felicidad. Por eso, Ariel no sufre, sino que piensa. Su trabajo intelectual no se encuentra asociado a lo académico; está unido a lo vital. Ariel piensa haciendo nuevo amigos, conociendo otras mujeres, bajando más películas y andando en bicicleta con fruición. Porque todas estas son formas de conocerse como individuo y reconciliarse con su propio mundo. La vitalidad del universo del joven Roth, con la ciudad nocturna y vibrante, habla, por contraste, de la fragilidad de la vida, sin siquiera un atisbo de tristeza. Quizás, sí, con algo de nostalgia. Fuguet logra la combinación exacta entre humor y reflexión, sin caer en acartonamientos ni pedantismos baratos. Mucho tiempo después de haber visto Velódromo, si uno cierra los ojos, la primera imagen que se nos viene a la mente es la de sus protagonistas excluyentes: hombre y bicicleta, unidos en la noche chilena. Lo que primero recordamos son esos largos paseos de Ariel por un Santiago filmado con amor y belleza, con colores brillantes y muy iluminado, pedaleando sin pausa, avanzando en zigzag, del mismo modo en que andamos en bicicleta siendo niños, como jugando, con todo lo que eso tiene de liberador y gozoso.

M.L.

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